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La singular historia de la joven martiniquesa que llegó a jefa del hampa neoyorkino

La singular historia de la joven martiniquesa que llegó a jefa del hampa neoyorkino

"Reina" de la lotería clandestina en los años 20, se enfrentó ni más ni menos que a Lucky Luciano y a la Yiddish connection. Lo más notable de Stéphanie St-Clair es que el cine y la literatura la hayan ignorado

"¿Cómo una negrita de la Martinica que no hablaba inglés, emigrada sin una moneda, pudo llegar a imponerse no sólo a los temibles gánsters afroamericanos, sino también al sindicato del crimen, es decir, la mafia irlandesa, la yiddish y sobre todo la italiana?" Es la pregunta que se propuso responder el escritor martiniqués Raphael Confiant. El resultado de su búsqueda fue la publicación en Francia el año pasado de la primera biografía de quien nació en 1886 en Fort de France (isla Martinica, en el Caribe) como Stéphanie Sainte Clare, apellido que luego adaptaría al inglés como St.Clair, y que sería conocida entre los negros de Harlem como "Madame Queen" o "Queenie".

La historia se desarrolla entre las década del 20 y del 40, en el barrio negro de Harlem, en Nueva York, a dónde Stéphanie St-Clair llega en 1912, a los 26 años.

"Stéphanie tenía un triple hándicap por ser negra, francesa y mujer. Las mujeres no tenían derecho de voto, los negros soportaban los atropellos del Ku Klux Klan y los franceses eran una especie rara. Si el término 'improbable' tiene un sentido, lo es totalmente en su caso", dice su biógrafo.

 

El sur de Nueva York en los años 20 era el escenario de enfrentamientos entre diferentes clanes mafiosos. Stephanie se abrirá camino gracias a su carácter fuerte y su osadía que se volverá legendaria. Y su falta de escrúpulos, obviamente. Su primer "empleo" será en una organización dedicada al chantaje que llevaba el significativo nombre de "Los 40 ladrones", y para la cual ella se dedicaba a marcar los bares y burdeles que estaban ganando más dinero. De a poco, aprende el "oficio", y de paso el inglés y también el gaélico, un dialecto irlandés. Y paso a paso se va haciendo un lugar que defiende a punta de pistola y con crueldad si es necesario, llegando un día a castrar a uno de sus cómplices con una navaja porque se atrevió a pegarle.

Su siguiente víctima será un guardaespaldas y amante a la vez, mezclado en negocios de prostitución, que un día intenta ponerla a hacer la calle para él. Ella lo manda al hospital luego de una pelea en la cual le revienta un ojo con un tenedor. Stéphanie todavía no es la poderosa jefa de banda que será unos años después: debe huir de Nueva York hasta que la furia pase. Queriendo ir hacia Nueva Orleáns, toma por error un bus hacia Minnesota a bordo del cual será violada por una patota de blancos racistas.

Esto no hace más que endurecer su carácter y su determinación de convertirse en "alguien" en el submundo del delito.


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Vuelve a Nueva York y esta vez se instala en el norte de Harlem. La lotería clandestina era el negocio por excelencia de los negros, ya que la mafia italiana y judía acaparaba los night clubs y el contrabando de licor. Poco a poco, Stéphanie St-Clair se apoderará del negocio del juego clandestino, montando una verdadera organización piramidal. Ya en 1921, "factura" unos 200.000 dólares al año, una fortuna en la época. Unos cuarenta bancos y un centenar de tomadores de apuestas trabajan para ella. La joven martiniquesa se ha convertido en una "dama" que circula en un Ford T por las calles de Harlem, rodeada de un ejército de esbirros, con tapado de piel y fumando con boquilla de oro.

Un abogado, Elridge McMurphy, se encarga de resolver los problemas de "Madame St-Clair" con la policía y los jueces, a los que la reina de la lotería unta oportunamente la mano.

Los que osan enfrentarla, tienen que vérselas con su matón y hombre de confianza, Ellsworth Johnson, alias "Bumpy", que también fue uno de sus amantes y que, como veremos, atrajo más que ella misma la atención de los guionistas de Hollywood.


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Las sucesivas parejas de Queenie padecieron su duro carácter y su empeño en defender su independencia a como dé lugar. De uno de ellos, Sufi Abdul Hamid, que se hacía llamar "primer musulmán de Norteamérica", se defendió a los tiros.


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Cuando en los años 30, la mafia blanca –a la que el fin de la prohibición le estaba menguando los ingresos- quiso apoderarse de su negocio, Stéphanie St-Clair le declaró la guerra; una guerra desigual que la enfrentó simultáneamente con el italiano Lucky Luciano y con "el barón de la cerveza del Bronx", Dutch Schultz, uno de los capos de la Yiddish Connection. Por ese entonces, la prensa recoge un desafío de Queenie: "No le tengo miedo a Schultz, ni a ningún hombre vivo".


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Sin embargo, deberá retroceder para frenar una espiral de violencia que se cobra la vida de varios de sus hombres y amenaza con dejarla demasiado aislada. Pacta con sus enemigos y desde entonces debe pagarles una "tasa". Aunque cede parte del negocio, Queenie sale con la cabeza en alto de esta pelea y gana el respeto de su colectividad en Harlem.

Por otra parte, quien más pierde en este enfrentamiento es Schultz porque, cansado de sus excesos, Luciano decidirá finalmente liquidarlo.


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Entretanto, Queenie se ha comprado un lujoso departamento en la muy distinguida avenida Edgecombe, en Sugar Hill, un barrio donde se codea con la elite negra de Harlem, en particular intelectuales y artistas de lo que se llamó la "Black Renaissance". Al parecer, al activista panafricano W.E.B. Du Bois, al joven poeta Countee Cullen y al pintor Aaron Douglas, entre otros, no les molestaba codearse con esta extranjera semi-iletrada y de fortuna mal habida. Es que, en una sociedad dominada por las mafias, ella ha sabido en cierta forma imponer los "derechos" de su minoría.

En diciembre de 1929 fue arrestada por corromper a policías y jueces. La sacará barato, sólo ocho meses de prisión. Una vez liberada, en 1930, el diario New York Amsterdam News, que pertenece a la comunidad negra, le ofrece un espacio semanal desde el cual Stéphanie lanzará diatribas contra la policía neoyorkina que la acosa y a la vez se deja sobornar por el crimen organizado. Sus denuncias de los chanchullos policiales acabarán con la carrera de unos quince oficiales del NYPD (New York City Police Department).

En estas columnas, al incluir la temática del racismo, la pobreza y la segregación, "Madame St-Clair" esboza un anticipo de lo que más tarde será el discurso de los derechos civiles, que encenderá la revuelta –mayormente pacífica- de los afroamericanos.

Stéphanie St-Clair murió en 1969, a los 83 años, en un hogar de ancianos, olvidada por la sociedad. Su singular destino no pareció llamar demasiado la atención de Hollywood, tan proclive a retratar el mundo gansteril de aquellos años. ¿Misoginia? ¿Racismo?

Sin embargo, no es total la ausencia de Queenie en el cine. Su personaje aparece brevemente en The Cotton Club, el legendario film de Francis Ford Coppola –de 1984- sobre los músicos negros que tocaban en cabarets reservados a los blancos.

Y existe otro film. éste del año 1997, Hoodlum, que relata su enfrentamiento con Luciano y Schultz, pero llamativamente el personaje central no es ella, sino su hombre de confianza, Ellsworth "Bumpy" Johnson, interpretado por Laurence Fishburne). Tim Roth se pone en la piel de Dutch Schultz y Andy García compone a Lucky Luciano.


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La "Reina" de la lotería de Harlem –interpretada por Cicely Tyson- es un personaje secundario en la película, cuya trama se inicia con la salida de Bumpy de una de sus estadías en Alcatraz y su regreso a Harlem, justo a tiempo para brindarle a Queenie varios servicios en la guerra que la enfrenta a los clanes italiano y judío.


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"Aunque su combate fue antes que nada individual, sin visión moral, ni perspectiva colectiva, y aunque su trayectoria se distingue totalmente de las de los movimientos por los derechos civiles, ella se convirtió en vida en una representante de los negros de Harlem", dijo a modo de síntesis Louis-Georges Tin, presidente del Consejo Representativo de las Asociaciones negras de Francia a la revista Slate.

 

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